Por Dr. Miguel Antonio Meza

El lunes 6 de agosto de 1945 a las 8:14 de la mañana, se detonó la primera bomba atómica: explotó en la ciudad japonesa de Hiroshima, causando la muerte inmediata de cien mil personas; heridas y secuelas a otra cantidad parecida. La destrucción fue total en un radio de varios kilómetros y las secuelas de radiación duraron varios años.

 

La guerra en Europa había terminado tres meses antes con la rendición de Alemania, pero los japoneses defendían isla por isla hasta la muerte. A pesar de los constantes bombardeos normales sobre Tokio, y más de cien mil víctimas fatales, no se veía la posibilidad de la rendición japonesa.

 

La bomba fue un gran resplandor, una ola de calor superior a los seis mil grados, un impacto de 5.3  a 8 ton por m2 que difuminó materiales, árboles y seres vivos en varios kilómetros alrededor del impacto.

John Hesley, periodista del New York Times y de la revista The New Yorker, reporteó para ésta, sus entrevistas y vivencias con varios de los sobrevivientes de la tragedia. El artículo, ahora aparece publicado en español por una editorial norteamericana como una edición de bolsillo plenamente leíble: captura la sencillez de las descripciones y la crudeza de la vida humana en las horas  y días subsecuentes a la explosión.

 

Muertos abandonados, personas extraviadas, familias dispersas y que nunca se volvieron a reunir, numerosos heridos sin atención y la coordinación social totalmente destruida. La narrativa habla del dolor humano y del estoicismo de mujeres, niños, ancianos y heridos graves: todos acatando en silencio y en oración su suerte, la mala suerte que les toco a ellos, residentes de una ciudad que no había sido objetivo militar de los innumerables bombardeos que ingresaban a las islas precisamente por Hiroshima. Los veían venir, sonaban las alarmas y los veían avanzar hacia otros objetivos dentro de Honsu, la mayor de las islas del archipiélago.

 

Horas y días bebiendo el agua contaminada de los ríos, luchando por escapar de explosiones e incendios, puestos médicos saturados, escasez de todo: agua, vendajes, comida, calmantes, camillas…. Silencio y meditación muy al estilo oriental y particularmente japonés… parques y jardines convertidos en campamentos

 

Desinformación como respuesta de un gobierno chocado ante el suceso indescriptible e inteligible… que se sucedería tres días después otra vez en Nagasaki, y entonces sí, llevaría al Imperio Japonés a tomar la decisión de rendirse para proteger a su pueblo de nuevas hecatombes como esa.

 

Pero… mejor lea usted este pequeño ensayo y me dará la razón de que Hersey fue un gran periodista (1914-93) y que nos dejó un muy humano testimonio de esta tragedia que ojalá, nunca vuelva a repetirse.

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